sábado, 8 de febrero de 2020

El balor del herror



Foto propia LM
EL BALOR DEL HERROR




Hace un tiempo iba caminando por la Av. Libertador de Buenos Aires y me topé con el cartel publicitario de la foto. Entonces se me aceleraron algunas sinapsis. Resumo, más o menos, el hilo de mis razonamientos, asociaciones y divagues varios.

En primer lugar, ese “porqué” en “No hay porqué” está mal porque si fuera un sustantivo tendría que estar precedido por un artículo u otro determinante, como en “el porqué de las cosas” o “tenía una respuesta para cada porqué”. En el caso del aviso, lo correcto habría sido “no hay un porqué”. De lo contrario, si estamos ante una subordinada causal, tendríamos que usar “por qué”, separado; en tal caso quedaría “no hay por qué”, con el verbo “tomarla”  o "no tomarla", por ejemplo, implícito.

Me detengo a pensar en la archifamosa marca, símbolo del imperio del consumismo, del éxito empresarial y del marketing, con una larga historia de publicidades icónicas (¡Madmen, yessss!), y no puedo evitar hacerme algunas preguntas. Es que quienes nos ocupamos de la lengua (y no solo a la vinagreta), tenemos esos defectos profesionales, nuestras obsesiones. (Sí, sí, es cierto, somos medio TOC). ¿Será un error que se les pasó a un número indeterminado de personas en el largo proceso que culmina en este cartel de la Av. Libertador? Naaaaa, no puede ser, estamos hablando de Coca Cola… Pero si no es un error, lo hicieron a propósito. Mmmmm ¿y con qué finalidad? No encuentro ninguna respuesta satisfactoria.

Vuelvo a la primera hipótesis (se les pasó a los chiquicientos que lo leyeron antes de que terminara en Libertador) y me acuerdo de cuando detecté un error semejante en otro cartel a dos cuadras de ahí. Aquella vez me había tomado la molestia de fijarme cuál era la agencia de publicidad y de escribirles, muy diplomáticamente. Nunca recibí respuesta.

Otra vez, como soy medio testaruda y una optimista incurable, encontré un error de esos horribles, que te hacen poner la piel de gallina, en un flyer de un aviso de un seminario o una conferencia (ya ni me acuerdo) organizada por el Ministerio de Educación (seeeeeeeee) de un país que no quiero nombrar. Se trataba de formación para docentes (sic) y escribí a la dirección de contacto que estaba en el aviso. Tampoco me contestaron.

Ahora me estoy acordando de otra ocasión, cuando le señalé a un autor reconocido y multipremiado, en un mensaje privado (obbbbbvvvvvvio), que había detectado un error de incongruencia en los nombres de los personajes al final de una novela que había publicado hacía poco: se confundía a la protagonista con su madre justo cuando se explicaba la vuelta de tuerca del desenlace. Nunca me contestó, y eso que yo le decía que seguramente le iban a reeditar su novela, que era muy buena, y que sería fácil corregir ese desliz en una futura edición.

Pero el panorama no es tan deprimente. Hace un tiempo hice una traducción de un artículo científico y, junto con el texto traducido, le entregué a mi clienta su original en español con algunas pequeñas correcciones y comentarios (realmente estaba muy bien escrito). Se quedó encantada y me agradeció que le hubiera corregido también el español. Me dijo que le había servido mucho lo que le había señalado. Rescato esa actitud, que debería ser más valorada en nuestra sociedad. Mi clienta aprendió algo nuevo y seguramente incorporará lo aprendido a sus próximos artículos, que serán todavía mejores, más comprensibles, más legibles y de lectura más amena.

Siempre hay que aprender del error, aprender a equivocarse (como ya se sabe, la única persona que nunca se equivoca es la que nunca hace nada), y también aprender a controlar las propias obsesiones y rigideces (ejem, ejem, esto va también para mí y para quienes estudiamos corrección…).

Quienes aprenden de sus propios errores siempre aspiran a mejorar la calidad de lo que hacen o producen. La actitud hacia el error define la capacidad de aprendizaje de una persona, así como su tolerancia a la frustración. La permeabilidad a una crítica constructiva en un entorno laboral o académico serio debería ser más valorada que la búsqueda obsesiva de la perfección.

Sin embargo, lamentablemente, a las personas no les gusta que les señalen errores, aunque en la empresa o en el sitio de la institución donde trabajan aparezca un cartelito que diga “Queremos mejorar, así que nos gustaría que completaras la encuesta”. Si realmente quieren mejorar, ¿por qué una nunca encuentra un resquicio en el sistema donde señalar un error? Y si excepcionalmente una lo encuentra y escribe, ¿por qué nunca recibe una respuesta? He escrito a instituciones oficiales (municipios, ministerios, etc.), a empresas (mi banco, agencias de publicidad, empresas de transporte, etc.) y a particulares (etc., etc.) sin haber obtenido nunca una sola respuesta.

Claro, con los errores de lengua pasa algo peor que con la suciedad. Cuando algo está muy sucio todo el mundo lo nota, aunque cuando está limpio nadie dice “¡Qué limpio que está!”. Los errores de lengua, en cambio, ya ni se notan; solo de vez en cuando alguien se escandaliza por algún error de ortografía. Pero encima, como nadie está libre de cometer alguno, mejor no andar señalando los que detectamos en los demás, no sea cosa de que después nos señalan los nuestros… no lo soportaríamos.

Antes dije que en general a las personas y a las instituciones no les gusta que les señalen errores, pero “en general” no es “a todas”. Hay excepciones, y el futuro es de las personas y de las instituciones excepcionales. Las que haprendan a ekibocarse.