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viernes, 26 de mayo de 2023

UNA SUAVE BRISA MUEVE LOS JUNCOS EN URUGUAY (Visita de Irene Vallejo)

 

Irene Vallejo volvió a Argentina y Uruguay después de más de veinte años. La primera vez había venido con su padre tras las huellas de Horacio Quiroga, que nació en Salto, Uruguay, y se había internado en la selva misionera argentina para crear magistralmente su inquietante mundo narrativo. 

En realidad Irene ya había venido a Uruguay antes, con la imaginación, como relata ella misma en la siguiente entrevista: https://www.elpais.com.uy/tvshow/libros/irene-vallejo-una-visitante-ilustre-que-genero-furor-con-su-llegada-a-uruguay-la-literatura-es-un-refugio

Su padre la había traído de la mano de Horacio Quiroga, Juan Carlos Onetti y Felisberto Hernández y, gracias a ella, su hijo se hizo fan de Juana de Ibarbourou (en IG me comentó “creo que [Uruguay] es el país del mundo con mayor número de poetas extraordinarias por metro cuadrado”).

Esta vez Irene Vallejo vino acompañada de su marido, después de una proeza digna de una heroína de la literatura clásica. Tal vez sea una semidiosa con poderes extraordinarios: contra todos los pronósticos, logró que un ensayo sobre la historia de la lectura, El infinito en un junco, sea un boom editorial.

En un lugar increíble, el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry, donde “el mármol vibra con la vitalidad del papiro” (como escribió en un tuit), después que la luz rosa terminó de teñir las colinas del Parque de Esculturas, unas 700 personas nos juntamos para asistir al embrujo, junto al fuego de sus palabras.



Irene habló de cómo la lectura hizo crecer su mundo interior, de cómo la escritura la sostuvo en momentos difíciles, de cómo su abuelo tuvo que quemar su biblioteca en la época del franquismo, de cómo la literatura nos hace mirar las semejanzas que nos unen como humanidad, desafiando a quienes subrayan las diferencias. Nos embrujó suavemente con su voz.

Nunca fui de hacer cola para que me firmaran un libro, pero esta vez la hice gustosa, con mi hija de 23 años. El marido de Irene se acercaba a las personas que hacíamos cola, para agradecer, casi en un susurro, que hubiéramos ido: ¡él nos agradecía cuando éramos nosotras y nosotros quienes le debíamos agradecer su cariñoso susurro! Irene y su marido son dos seres de otro planeta, pero por suerte están en el nuestro.



Después entendí por qué la fila avanzaba tan lentamente: Irene no solo firma los libros, dibuja libros-mariposas y libros-pájaros, se deja sacar fotos, y cuando llegó mi turno, no dudó un segundo en mandar un conmovedor y poético saludo para #PLECA y para las correctoras y los correctores. [En mi Instagram @leonoraasesora podés ver el video con el saludito 😉]

Mientras Irene le dedicaba el libro a mi madre, noté que tenía una curita en un dedo, de tanto firmar ejemplares y hacer dibujitos 😲, otra de sus formas de llevar adelante estoica y dulcemente su misión. También contesta comentarios en las redes, regala likes, inunda de optimismo.

Para darle cierre a la entrevista-charla en el MACA, Cecilia Bonino le pidió a Irene que leyera un párrafo de El infinito en un junco. Si la memoria no me falla, fue el siguiente:

“Somos los únicos animales que fabulan, que ahuyentan la oscuridad con cuentos, que gracias a los relatos aprenden a convivir con el caos, que avivan los rescoldos de las hogueras con el aire de sus palabras, que recorren largas distancias para llevar sus historias a los extraños. Y cuando compartimos los mismos relatos, dejamos de ser extraños.”

Acá el link a otra entrevista a Irene: https://www.elobservador.com.uy/nota/irene-vallejo-la-busqueda-del-rendimiento-y-la-rentabilidad-por-encima-de-todo-lo-humano-me-asusta--202351516360

Por último, la crónica que sacó el propio MACA. Sugiero recorrer el sitio oficial de este maravilloso lugar en internet y recomiendo visitarlo en persona a quien tenga la posibilidad de hacerlo: seguramente es uno de los lugares más bellos del Uruguay: https://macamuseo.org/expo/irene-vallejo-en-el-maca?ss_source=sscampaigns&ss_campaign_id=646912c0db325c4afd06f114&ss_email_id=646ac28fd52bdb0d91b59431&ss_campaign_name=Novedades+Mayo+2023&ss_campaign_sent_date=2023-05-22T01%3A17%3A08Z

sábado, 7 de octubre de 2017

¿Expertos o aprendices?

Un escritor experto busca, organiza y desarrolla ideas, evalúa y revisa, sabe adaptarse a diferentes contextos situacionales y tiene conciencia del lector. El aprendiz, en cambio,  rellena páginas con palabras, sin releer ni revisar nada. Eso es más o menos lo que cuenta Cassany en La cocina de la escritura que surge de algunas investigaciones realizadas en los años setenta.

Esa parte de la humanidad a la que pertenecemos (yo, que estoy escribiendo y vos que me estás leyendo), cree que desde la infancia sabe leer y escribir. Bueno, no es tan así… Si bien es cierto que sabemos descifrar un código, y lo usamos para comunicar por escrito con otras personas que lo comparten (los hispanohablantes, la maravillosa lengua española), no quiere decir que sepamos leer y escribir bien.

La escritura no es un proceso ordenado. Tenemos la suerte de contar con los procesadores de texto, que nos permiten borrar, insertar y organizar a medida que  escribimos o plasmamos en letras nuestras ideas. Vamos para adelante y para atrás, releemos,  cambiamos, tratamos de ponernos en los zapatos (o más bien en los ojos) del lector. Cuando terminamos de escribir llega la última etapa del proceso: la revisión y la corrección, que hacen la diferencia entre un texto legible y uno ilegible, entre uno comprensible, claro, agradable, y otro retorcido, oscuro, difícil y desagradable.

Sin embargo, parecería que perdemos tiempo si nos ocupamos de la relectura y la autocorrección, que debemos publicar o enviar enseguida (redes, celular, e-mail) lo que escribimos. La posibilidad de comunicación inmediata nos acelera. Pero ¿cuál es el apuro en realidad? A lo mejor deberíamos detenernos cada tanto y respirar un poco. Con nuestro texto adelante, leer de manera consciente y reflexiva, teniendo a nuestros hipotéticos lectores en la mira y tratando de colaborar con ellos. No seríamos expertos todavía, pero empezaríamos a salir de la categoría de aprendices.