martes, 4 de agosto de 2020

Traducir emociones

Mural de Rep en Mar del Plata. Foto Errecalde.

Hoy voy a contar algo de mi experiencia como profesora de español para extranjeros y divagar acerca del valor de una buena puteada.

Me encanta compartir un poquito de Borges con mis estudiantes universitaries italianes[1]. Cuando empiezan el curso de español, la mayoría no sabe nada de nada. Tengo que llevarles de un nivel cero, o casi, a un nivel intermedio (B1) en 60 horas, con clases de varias horas por día, al principio todos los días.

Visita a Palacio San Martín, febrero 2020. Foto propia LM

Claro, no les doy Borges en las primeras clases, sino cuando ya hace unas semanas que nos conocemos y después de haberles expuesto a materiales auténticos desde el primer día. También les hablo de una de las palabras más importantes para su vida en Buenos Aires: “boludo”. Para entrar en tema suelo mostrarles este videíto de Dustin Luke:



Eso es lo que tienen los cursos tan intensivos, son muuuy intensos tanto para les estudiantes como para mí. Se genera una atmósfera, circula una energía, nos divertimos (o al menos eso intento), hay emociones.

Volviendo a Borges, después de un par de semanas de clase les doy “La trama”.

La Trama

Jorge Luis Borges

Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por lo impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.

Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.

En cada hoja A4 entra tres veces el cuento entero, así que recorto y reparto. Les aviso que les doy un cuento muy largo de Borges (a esa altura ya conocen mi gusto por la ironía). Después de haberlo leído, ellos en silencio y yo en voz alta, les digo: “Ahora ya pueden decir que leyeron a Borges en español”.

Tenemos esa maravilla de dos párrafos, que es muy significativa para cualquier lectora o lector italiane porque hay una enciclopedia compartida: la historia de la traición a Julio César, y el archifamoso “Tu quoque, Brute, fili mi?”,  que Borges hace viajar de Roma a España con Quevedo y a Gran Bretaña con Shakespeare, para hacerlo finalmente desembarcar en la pampa argentina.

Los contenidos culturales que se disparan en esos dos párrafos son múltiples. Tenemos, además, el tópico de la historia circular, uno de los ejes borgeanos que más me fascinan (¡gracias, Osvaldo Beker, profe de literatura del Instituto Mallea!). El tema se prestaría para escuchar a les chiques filosofar, si el curso no fuera tan intensivo y tuviéramos más tiempo. Sin embargo no importa: doy por sentado que una parte del grupo se va a quedar pensando y eso nunca tiene contraindicaciones.

Uno de los disparadores del cuento es esa genialidad: “¡Pero, che!”. A esa altura, en el curso ya hablé de la interjección “che”, del personaje histórico Che Guevara, de películas acerca del personaje, etc.

En la vereda de la esquina de Aráoz y Guatemala, BA. Foto propia LM

Entonces, como quien no quiere la cosa, podemos intentar resolver el gran desafío de la traducción de esas dos palabritas. Si tuviéramos más tiempo se desatarían cuestiones que van mucho más allá de lo estrictamente lingüístico. ¿Cómo traducir emociones? ¿Cómo lograr un efecto similar en otras lenguas? ¿Cómo encontrar un equivalente que esté en el mismo nivel, ni más arriba ni más abajo en la escala? ¿Cómo mantener el tono coloquial sin neutralizar? ¿Qué variedad lingüística elegir en la lengua de llegada? De cualquier manera, no es tan importante llegar a la mejor traducción, lo más interesante sería pensar en grupo las diferentes soluciones.

A Borges le gustaban los enigmasdecía que eran más interesantes los enigmas que las explicaciones. Un enigma significa que no hay una única respuesta o por lo menos no podemos conocerla. Tanto la docencia como la traducción están llenas de enigmas y en ambas es más interesante el recorrido que la meta

En la traducción al italiano de las obras completas de Borges, publicada por Mondadori, se incluye la traducción de Francesco Tentori Montalto (con autorización de Rizzoli Editore). El traductor opta por “Come, tu!”. El diccionario Treccani propone “Che! ti pare?” http://www.treccani.it/vocabolario/che3/. Otra posibilidad sería “Ehi!” para el “¡Che!”. 

Lo que tienen en común los insultos, los epítetos y las interjecciones es que son una manera saludable de soltar una emoción, de liberarla. Eso afirmaba el profesor Guillermo Badenes (Universidad de Córdoba, Argentina) en una muy entretenida charla virtual a la que asistí el 12 de junio de 2020 acerca de la dificultad para traducir “Insultos, refranes y demás frases hechas” (tal era el título de la charla).

El profesor Badenes elaboró una clasificación de epítetos según su intensidad. La lista graduada, en español, colocaba en primer lugar a los tabúes (vulgaridades, lenguaje de odio hacia algún grupo humano o términos escatológicos, es decir, referidos a cualquier emanación del cuerpo). Seguían las obscenidades, referidas a partes del cuerpo, la jerga o el slang, los apelativos, los homofónicos y los religiosos. 

En cada lengua el orden de la clasificación es diferente. Por ejemplo, en inglés, el orden sería el siguiente: taboo (vulgarity, sexually offensive, ethnic/sexual/health condition, escatology), obscenity (algo que afecta el decoro y la moral), blasphemy, profanity, sound-alikes, name-calling y slang.

Como los niveles no se corresponden entre español e inglés, el nivel de intensidad de blasphemy/profanity es mucho más grave en inglés que el de los epítetos religiosos en español. Así, OMG (“Oh, my God!”) es más fuerte que “¡Dios mío!”. Esa expresión en inglés se correspondería más con el nivel de las obscenidades o la jerga: “mierda”, “carajo”. Pero en la traducción hay que compensar de alguna manera esa diferencia entre blasphemy y profanity. Profanity implica la indiferencia o la negación de la religión. Cuando decimos OMG estamos incumpliendo el mandamiento “no usarás el nombre de Dios en vano”; la blasfemia, en cambio, es un insulto a algo religioso. Un ejemplo en inglés sería “Fuck in hell!”, y en italiano “Porca Madonna!”. 

Badenes contaba que en EE. UU. hay una línea divisoria muy clara entre lo que es más grave (de blashemy para arriba en la lista) y lo que es menos grave (de profanity para abajo). Dicho de otra manera, los insultos que están de blasphemy para arriba en la clasificación, no están permitidos en la TV, de profanity para abajo, sí. [En el siguiente link se nos ilustra acerca de este vital asunto en Gran Bretaña: artículo de The Independent 2016 sobre insultos. El término"watershed", que aparece en el artículo, sería nuestro "horario de protección a la infancia".]

En traducción se trata de buscar categorías equivalentes, lo que no es nada fácil, porque además de los aspectos semántico y pragmático, cada variedad lingüística tiene una entonación particular y cada persona tiene su manera de pronunciar, su acento, su cantito individual. El narrador mismo del cuento de Borges señala la insuficiencia de la palabra escrita: “(esas palabras hay que oírlas, no leerlas)”. [Y ahí podríamos abrir todo otro capítulo sobre el pícaro uso de ese signo tipográfico auxiliar, los paréntesis curvos, esas guiñadas de complicidad manejadas con maestría, y la alusión al Martín Fierro, en la intricada red de intertextualidad típica de los textos borgeanos.]

Volviendo a mis clases de español, antes de presentarles a mis estudiantes “La trama”, ya me  enfrento al problema de la entonación. ¿Será mejor que lean el microrrelato en silencio, individualmente, antes de la lectura colectiva? ¿O arrancar leyendo yo en voz alta para que presten atención a la pronunciación y a la entonación? Cuando lo leo en voz alta y llego a esas dos palabras: “¡Pero, che!”, siento una responsabilidad abrumadora al intentar darles la entonación adecuada. Por unos segundos prácticamente me tengo que transformar en una actriz, venciendo mi timidez. Hago lo que puedo; espero que Georgie, si me escucha desde su infinito laberinto, me tenga piedad.

Todo eso en dos palabritas…

En mi recorrido por la traducción y la docencia descubrí algo: una de las enseñanzas más valoradas por cualquiera que aprenda otra lengua es una buena puteada. Porque no hay nada más sano y reconfortante que poder decir el insulto justo en el momento justo, en cualquier idioma.



[1] Empecé a escribir esta entrada con el masculino genérico: la verdad es que me cuesta usar la “e” inclusiva... Sin embargo,  al releer los primeros dos párrafos recordé que ya en las primeras clases les hablo sobre la movida de la “e” en Argentina. A mí me cuesta incorporarla, pero cada tanto les digo “chiques” y veo sonrisas en sus caras, me piden que la use, sobre todo las chicas: son sonrisas de complicidad y solidaridad. Entonces en honor a esas sonrisas corregí los primeros párrafos y decidí seguir con la “e”, aunque me cueste y se me critique por tal osadía.