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escultura de Bruno Catalano |
El sábado 28 de
setiembre de 2019 me junté con colegas de la AATI (Asociación Argentina de Traductores e Intérpretes) para celebrar el día de la
traducción. También para festejarnos, para festejar haber elegido este bello camino por un mundo multicolor.
El lugar elegido (muy apropiado) fue el Museo de las Migraciones, un lugar increíble de esos que ofrece esta palpitante ciudad de Buenos Aires, frente al río. Era la primera vez que iba ahí, aunque paso muy seguido por esos lares, para tomar el barco y cruzar el charco (léase Río de la Plata) e ir a mi ciudad de origen, Montevideo.
Yo también soy inmigrante, emigrante, migrante al fin, no solo de tierras, ciudades y pueblos, también de culturas, idiomas y perspectivas. Desde chica empecé a cruzar fronteras, de las político-administrativas no tantas (mi primer viaje largo fue a Europa con 20 años, antes había viajado solo a Argentina, Brasil, Chile y Paraguay). Pero desde la infancia había empezado a ampliar los horizontes viajando por las lenguas, primero el inglés, después el francés y el italiano, el latín, el ruso, el portugués, y recorriendo culturas, a través del cine (fui socia devota de Cinemateca Uruguaya desde los 14 años), la literatura, el teatro, la música, el ballet y la danza, la política, la filosofía y ainda mais. De grande tuve ocasión de viajar un poco más, a otros continentes y países lejanos. Cada vez se me iba agrandando el universo y cada vez me parecía más fascinante y sorprendente, más multicolor y con más matices, más rico y generoso. Cada encuentro y descubrimiento de esa maravillosa diversidad me obligaba (y obliga, y obligará) a cuestionarme mis propios prejuicios atávicos, mi visión del mundo: un trabajito incómodo de permanente reflexión. Lo que no sabía cuando empecé este viaje en la infancia era que se trataba de un viaje solo de ida, que iba a durar toda la vida.
El lugar elegido (muy apropiado) fue el Museo de las Migraciones, un lugar increíble de esos que ofrece esta palpitante ciudad de Buenos Aires, frente al río. Era la primera vez que iba ahí, aunque paso muy seguido por esos lares, para tomar el barco y cruzar el charco (léase Río de la Plata) e ir a mi ciudad de origen, Montevideo.
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Festejo AATI, Día de la Traducción 2019. Foto de LM, tomada desde el ascensor panorámico del Museo de las Migraciones |
Yo también soy inmigrante, emigrante, migrante al fin, no solo de tierras, ciudades y pueblos, también de culturas, idiomas y perspectivas. Desde chica empecé a cruzar fronteras, de las político-administrativas no tantas (mi primer viaje largo fue a Europa con 20 años, antes había viajado solo a Argentina, Brasil, Chile y Paraguay). Pero desde la infancia había empezado a ampliar los horizontes viajando por las lenguas, primero el inglés, después el francés y el italiano, el latín, el ruso, el portugués, y recorriendo culturas, a través del cine (fui socia devota de Cinemateca Uruguaya desde los 14 años), la literatura, el teatro, la música, el ballet y la danza, la política, la filosofía y ainda mais. De grande tuve ocasión de viajar un poco más, a otros continentes y países lejanos. Cada vez se me iba agrandando el universo y cada vez me parecía más fascinante y sorprendente, más multicolor y con más matices, más rico y generoso. Cada encuentro y descubrimiento de esa maravillosa diversidad me obligaba (y obliga, y obligará) a cuestionarme mis propios prejuicios atávicos, mi visión del mundo: un trabajito incómodo de permanente reflexión. Lo que no sabía cuando empecé este viaje en la infancia era que se trataba de un viaje solo de ida, que iba a durar toda la vida.
Cito al traductor y profesor de quechua Carmelo Sardinas Ullpu en la celebración de la
AATI:
“(… ) en estos 527 años nos separaron, nos dividieron y nos cuesta
reconocernos hasta a los propios quechuas (…) tenemos esa forma de ver, que el que está de
la frontera para allá es extranjero ¿cómo extranjero en nuestro propio continente?
¿en nuestra propia tierra?(...) ¿no puede haber un reconocimiento, que somos
todos hermanos nacidos en este continente? Nosotros somos nacidos en esta
tierra, somos hijos de la Pacha Mama y del padre Sol, entonces creo que tenemos
que ir avanzando para unir (…) para reunirnos. Quiero dejarles este mensaje: tenemos que buscar la unidad en la
diversidad, juntémonos.
(…) tengo miedo de que se pierda nuestra lengua (antes
de que vinieran los españoles eran 30 millones de personas que hablaban quechua)
(…).”
Ahí va un link a
una breve entrevista a Carmelo Sardinas Ullpu en 2017, en ocasión del primer
(¡¿en 2017?!!!) Congreso Nacional de Lengua y Cultura Quechua (bueno, nunca es tarde cuando la dicha es buena):
Más abajo hay otro link a una
canción de Jorge Drexler para amenizar estas reflexiones. Destaco las siguientes palabras de la letra:
“Yo no soy de
aquí,
pero tú tampoco:
de ningún lado
del todo
y de todos lados
un poco”
“Si quieres que
algo se muera,
déjalo quieto”
Y el último link es a esta chamarrita, cantada por Alfredo Zitarrosa, que también alude a las eternas migraciones de la humanidad. Copio la letra.
No te olvides del
pago
si te vas pa' la
ciudad
cuanti más lejos
te vayas
más te tenés que
acordar.
Cierto que hay
muchas cosas
que se pueden
olvidar
pero algunas son
olvidos
y otras son cosas
nomás.
No eches en la
maleta
lo que no vayas a
usar
son más largos
los caminos
pa'l que va
carga'o de más.
Ahura que sos
mocito
y ya pitás como
el que más
no cambiés nunca
de trillo
aunque no tengas
pa' fumar.
Y si sentís
tristeza
cuando mires para
atrás
no te olvides que
el camino
es pa'l que viene
y pa'l que va.
No te olvides del
pago
si te vas pa' la
ciudad
cuanti más lejos
te vayas
más te tenés que
acordar.
Cuanti más lejos
te vayas
más te tenés que
acordar.