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sábado, 26 de diciembre de 2020
Punta Negra, Uruguay (Foto propia LM)
"La voglia di soffiare via le nuvole dal tuo cielo che da un po' di tempo è scuro. La forza di far scivolare via la tristezza che ti ostini a tenere per mano. Gli abbracci li porto io per quando avremo freddo." (Andrew Faber)
"Las ganas de alejar con un soplido las nubes de tu cielo que desde hace un tiempo está oscuro. La fuerza para hacer que sueltes la tristeza que te obstinás en llevar de la mano. Los abrazos los llevo yo para cuando tengamos frío." (autor Andrew Faber, traducción Leonora Madalena)
Alguna información acerca de este joven poeta italiano:
Hay cosas que no podemos cambiar. Otras, sí. Brindo para que desde nuestra pequeña gran parte del universo, y todes juntes, hagamos que el 2021 sea mejor que el 2020. ¡Salud! 🍷
3:39 AM: Se me ocurrió una idea para el blog: ¡aleluya! No
la voy a dejar escapar. Prendo la luz y cazo la notebook. Ella me recibe con una
imagen que reconozco y un mensaje que dice algo así como “si el camino más
corto es la línea recta, ¿por qué elegir la curva?” Se parece un poco a mi
manera de pensar: difícilmente voy de A a B y chau. Para ir de A a B es
frecuente que dé alguna vuelta… En consecuencia, cuando hablo o cuando escribo,
también. Mi familia a veces me critica por eso y mis lectoras/es (ustedes ahora)
me padecen: me disculpo.
Ah, sí, ya se me estaba por escapar mi idea para esta
entrada del blog: lenguaje claro =
derecho ciudadano. En realidad eran dos ideas, la otra era la siguiente: la sociedad actual es gerontofóbica.
Veremos cómo me las ingenio para unir las ideas en algo más o menos coherente.
La manera más corta, en línea recta, es decir, lo que une a
ambos temas es la idea de “derecho”,
el derecho a entender, a saber, para poder actuar y moverse en el mundo actual.
Lo de “ciudadano” debe entenderse justamente como sujeto de derechos y deberes
en una comunidad, enmarcado en un concepto bien amplio de ciudadanía, o sea, en
tanto y en cuanto se es ciudadana/o del mundo, habitante de este planeta.
Justamente como habitantes del planeta recibimos todo el
tiempo enormes cantidades de textos orales y escritos con información. Muchas
veces se trata de textos escritos que nos interpelan para que interactuemos,
como formularios en las apps, por ejemplo, en los que tenemos que llenar campos para seguir avanzando en una operación
cualquiera.
Ayer, sin ir más lejos, tuve que hacer varios trámites
(obviamente online, estamos en pandemia…) y me pasé un buen rato “conversando”
con formularios interactivos para sacar distintos turnos. En algunos casos el
formulario me pedía tantas informaciones para poder avanzar que al final me
obligaba a “mentirle” y poner cualquier cosa cuando no tenía el dato que
faltaba.
En otros casos, mi situación no entraba en ninguna de las
categorías previstas (¡Ay, ay, ay! Esa maldita costumbre del pensamiento
occidental de reducir todo a categorías, desde Linneo…). Y recurrir al chat
para solicitar asistencia es absolutamente inútil.
[El chat automático es una burla para la inteligencia
humana: las respuestas previstas nunca
contestaron mis preguntas y vuelven siempre, empecinadamente, a
repetirme información inútil. Eso no es un chat, o conversación: es
un insulto.]
Otro caso: el banco me sugiere desde hace meses que me pase
al token. Ya me la veo venir: están por eliminar la tarjeta de coordenadas. OK,
OK. No es que estuviera enamorada del plástico, pero odio que me obliguen a
depender cada vez más de un celular: ¡un celular!, ¡un aparatito de morondanga!
¿Y si no tuviera celular? ¿No existiría? Por favor, no me contesten.
Ya tenía descargada la app del banco y alguna vez la había usado,
aunque prefiero la compu, para no gastar mis cansados ojitos defectuosos
(miopía, astigmatismo y… presbicia). Como hacía tiempo que no entraba en la
app, la tuve que actualizar. OK. Ya está. Después pasé por el cajero y retiré
el ticket con el “código de asociación”. Volví a casa y lo metí en el aparatito
de morondanga con la clave nueva (otro capítulo para la tragitelenovela: las
claves).
Íbamos bien y entré en la app con el token (¡Oh, my God! No
soporto más hablar así…). Intenté operar para probarla. Chácate: no pude
escribir la cifra, no me aparece el teclado. ¿Cómo c….. escribo la cifra?
¡xhsdbfoxdvnbjfjfiteiesjdjikbkc!!!
Igual, hace como dos semanas que tengo un turno en el banco
por otra cosa que solo se puede resolver de manera presencial, así que iré con
mi cachivache electrónico, mi apéndice obligado, a ver si algún ser humano me
ayuda a resolver el problema.
Entonces pienso: ¿cómo corno haría/hará una anciana sola o
un anciano solo para moverse en este mundo? ¿Cómo hace con los formularios
interactivos? ¿Cómo hace con las apps del celu? ¿Y si no tiene un smartphone?
¿No puede hacer una transferencia bancaria, por ejemplo?
Conclusión: los bancos son gerontofóbicos. Ergo, si nuestras
sociedades les permiten a los bancos que sean gerontofóbicos, nuestras
sociedades son gerontofóbicas.
¿Y lo del lenguaje
claro como derecho ciudadano? ¿Qué tiene que ver? Tiene, tiene. Todos los
formularios y las apps deberían estar escritos de una manera
ultrarecontramegaclara para que cualquier persona pudiera entenderlos. Todos
los textos que provienen de instituciones públicas y de empresas privadas
deberían ser superultraclaros y, en lo posible, no contener errores de lengua.
Sin embargo, ¿no les ha pasado que leen cualquier texto y
piensan “¡¿qué quiere decir esto?!”? Yo a veces tengo que volver a leer la
misma oración varias veces, mientras crecen en mí la perplejidad y la
impotencia. No está bueno. A veces es causa de insomnio,
ejem...
Para mí la cosa es así: si me vas a obligar a interactuar, tengo que
poder entender lo que me decís. Es un principio básico de la comunicación: como
destinataria del mensaje tengo que poder entenderlo ¿está claro? ¿ESTÁ CLARO???
Porque si no está claro, si el lenguaje no es claro, estás
atentando contra mi derecho a
entender para poder actuar. Esa segunda persona a la que me dirijo engloba a
todos los seres animados que están
detrás de todos los mensajes y textos que recibo como ciudadana, consumidora y
usuaria todos los días. Esa segunda persona son los creadores de contenido, los
publicistas, los dirigentes, los decisores, los diagramadores, los diseñadores,
los programadores, los gerentes y aínda mais. Y uso el masculino genérico a
propósito, porque en las instancias decisionales todavía la mayoría son
hombres.
⭐
Por
todo esto
y mucho más,
hago un “llamado a la acción”:
¡Exijamos ENTENDER!
¡Exijamos un LENGUAJE
CLARO!
Defendamos, además, el derecho de nuestras viejas o viejos a HABLAR con
alguien para resolver un problema.
Defendamos también el derecho a vivir en este planeta sin celular.
Miren que todes vamos a ser viejes, si llegamos. Y si no hacemos nada
ahora, la vamos a pasar muy mal cuando nos toque.
APÉNDICE: Hablemos
claro: ¡menos mal que se está terminando este año podrido! Festejemos que
se termina 👏👏👏. En mi cartita para Papá Noel voy a pedirle que el 2021 traiga menos
virus, más justicia social y de género, y, last
but not least, más lenguaje claro 😉
BONUS TRACK 1 (porque sí nomás):
https://youtu.be/pkrBuW8TKGg El tango “Nostalgia”
en la voz de la canaria Concha Buika, con orígenes ecuatoguineanos. ¿Sabían que
en Guinea Ecuatorial también se habla español?
BONUS TRACK 2 (perché mi piace): https://vimeo.com/207932717 Un tangazo
de Piazzolla en la voz de Mina, en vivo, en 1972.